El momento de gloria que Maracaná le dio al fútbol fue aprovechado por la radio y en especial por Carlos Solé.
Por razones obvias -mi edad- no pude disfrutar a este monstruo sagrado , si tengo en mis oídos las grabaciones de sus relatos..... de los goles más importantes los del Mundial del 50 (cada vez que escucho el gol de Ghiggia me emociono!!!!!) , las conquistas de Peñarol y Nacional hasta el año 1975 en el plano local e internacional .Sinceramente escuchando estos viejos archivos de mp3 me siento arrepentido de no haber nacido por lo menos 10 años antes para disfrutarlo desde un aparato de radio y en pleno estadio Centenario como lo he podido hacer con los grandes relatores que tuve y tengo el gusto de escuchar caso Victor Hugo Morales ( un grande , para mi el mejor ) ,Carlos Muñoz , Alberto Kesman( el 1 de trabajando en nuestro país) , o los más resientes Julio Rios , Javier Goñi hasta el propio Alberto Sonsol este lo prefiero relatando básquetbol que fútbol pero no dejo de reconocer que en ambos deportes se "revuelve muy bien".
Alberto Kesman tiene su estilo , por su voz ,su expresión en fin ... el hoy número uno del relato uruguayo lo reconoce que se inspiro en Don Carlos Solé un modelo de transmitir y vibrar en lo que a relatos de fútbol se refiere adosando el propio Kesman su impronta que no en vano lo lleva a ser el más escuchado desde hace varias décadas .
PERO CONOZCAMOS A ESTE PERSONAJE TAN PARTICULAR .
CARLOS SOLE .
El relator se afirmó en el primer lugar de la audiencia a través de CX8 Radio Sarandí y se quedó 24 años en esa emisora. A Solé se lo recuerda como “el más grande”, se habla de un mito y es habitual la comparación con Carlos Gardel. Es uno de los nombres más respetados de la historia de la radiotelefonía nacional. Impuso un estilo y su voz se volvió tan particular y conocida que cada persona que lo cita intenta imitarla. La mayor parte de su carrera transcurrió en la época en que no existía la transmisión de fútbol por televisión. Solé consiguió en esos años una identificación de la gente con la radio que no ha logrado ningún relator. Aquellos que lo escucharon recuerdan los relatos de Solé en cada triunfo o derrota trascendente del fútbol uruguayo, a veces más que a los propios jugadores.
Sin comparaciones
Quizás muchos entiendan que hubo mejores relatores, en la técnica, en el golpe de vista, en la velocidad o en la fidelidad de lo que se relata. Se puede aceptar que Solé no fue el mejor técnicamente, pero fue el más trascendente de los relatores del Uruguay en la historia de la radio. Además logró una permanencia como relator de casi 40 años, algo único en la historia de las transmisiones de fútbol y muy importante para cualquier comunicador.
A la hora de hacer comparaciones, el primer nombre que aparece en discusión es el de Heber Pinto. Algunos quizá lo señalan como mejor que Solé, especialmente el público que era joven a fines de los 60 y comienzos de los 70. Fue claro en esos años que los jóvenes se volcaron hacia el relato de Heber Pinto, apostando a sus innovaciones y su estilo diferente. Pero Pinto era admirador de Solé. Se basó en Solé para crear un relato distinto y además su opinión deja de lado cualquier duda acerca del relator más trascendente: “Gardel, Frank Sinatra… Solé fue el mejor relator del mundo, no sólo en castellano”.
También el nombre de Víctor Hugo Morales tiene mucha resonancia entre los menores de 40 años. “Yo tengo el estilo de Víctor Hugo Morales” señalan los nuevos relatores. Es natural que así sea, ya que no se consideran seguidores del “estilo Solé”. Pero Víctor Hugo escuchaba a Solé y reconoce la importancia que este tuvo en su relato: “Yo creo que en la descripción del gol hay toda una impronta de imágenes a través de la metáfora que yo generé, pero heredada de Carlos Solé. Cuando en 1954 Uruguay le empata a Hungría y dijo “el león vencido sacude su melena”, es una imagen incomparable para hablar de la bravura del equipo. Vos podrías haber dicho “un equipo con bravura, con coraje”, pero si vos lo decís con esta imagen que dijo Solé estás diciendo 8 millones de palabras. Una buena metáfora es un buen recurso”.
Todos los relatores tienen algo de Solé. Para imitarlo o para crear a partir de él un estilo diferente. Los que lo escucharon, por su trascendencia. Los más jóvenes, aun sin saberlo, de forma indirecta. Desde su debut hasta su muerte, en mayo de 1975, Solé marcó la cancha.
El chico del clima
Todos escucharon a Solé. La pregunta es ¿a quién escuchaba Carlos Solé? Seguramente lo primero haya sido los relatos inventados con la ayuda de la información telegráfica. Pero Solé tuvo como referencia inmediata a los relatores de Radio Sport: Emilio Elena, Lalo Pelliciari y sobre todo a Ignacio Domínguez Riera, el relator al que sucedió en el SODRE. “Solé fue un hombre que creó un estilo propio. Lo primero que hizo de bueno fue olvidarse que había existido antes que él un gran relator como fue Ignacio Domínguez Riera, se olvidó completamente y empezó a crear su estilo, con aquel vozarrón que tenía, con una cuota de emoción que nadie más que él supo darle al relato futbolístico”.
Carlos Solé debutó el 12 de octubre de 1935, tres días después de cumplir 18 años. Lo hizo a través de las ondas de CX6 SODRE, en un partido que jugaron Bella Vista y River Plate en el Parque Central. Era un sábado a la tarde, un partido adelantado porque el domingo había clásico. Ganó Bella Vista dos a uno por el Campeonato de Honor.
Aquel relato no fue el primer trabajo en la radio para Solé. Su debut había sido unos años antes, sólo que cumpliendo otra función. Carlos Solé era funcionario del Instituto Meteorológico Nacional y daba la información del clima a las emisoras. Ingresó años después al SODRE por un concurso de locutor y allí las autoridades lo invitaron a transmitir fútbol. En cada relato se ocupaba de decir algo del estado del tiempo e inmortalizó frases como “una temperatura propicia para espectáculos al aire libre” o señalar que “un plafón de nubes se cierne sobre el Centenario, se avecina una tormenta”.
Un estilo único
Una investigación vinculada a la radio –más aún, al relato de fútbol- genera ciertas dificultades a la hora de llevarla al papel: se pierde la magia, las voces, los tonos, los silencios. El estilo de Solé es lo más difícil de explicar por escrito. En muchos relatores se puede hablar de una buena voz, de su velocidad, de su claridad, o inclusive señalar los relatos de los goles más famosos que marcaron sus trayectorias. Hablar del estilo de Carlos Solé significa inmediatamente, para todos los que lo escucharon, reproducir su voz, reproducir el particular estilo de hablar y de decir las cosas. Muchas veces no importaba que dijo Solé, sino como lo dijo.
Voz ronca y grave, siempre carraspeando, como si fuera enorme el sacrificio de sortear la aduana de las cuerdas vocales. Él siempre aseguró que su carraspeo no estaba causado por la bebida o el cigarrillo, que lo hacía simplemente para acomodar la voz. Durante sus primeros años el relator cerraba el micrófono para que el público no escuchara ese tic, pero con el tiempo éste empezó a formar parte del relato. Solé lo hacía por gusto, como expresión de su estilo, de su forma de ser.
Para los más jóvenes, los que nunca lo escucharon en vida, la identificación más clara de ese estilo puede encontrarse en los relatos de Alberto Kesman en CX22 Radio Universal desde 1972. Es similar, aunque el propio Kesman señala que no es lo mismo. “Yo creo que hay un tono de voz, el giro del relato es de Solé porque lo agarré de tanto escucharlo y me ha encantado. Ahora, es imposible poner la voz de un tipo como Solé durante 90 minutos, además mi voz no es igual a la de él… es parecida. La voz de Solé era una voz metálica, terriblemente sonora, clara. La mía es más sucia, es una voz más gastada, la de Solé era una voz espectacular. Hermosa voz tenía don Carlos Solé”.
Algunos de los atributos que más se destacaron del relato de Solé fueron su personalidad, la pasión que ponía en su trabajo y la emoción que con sus tonos y su forma de decir. Un relato hecho a corazón, con un desgaste físico muy grande, como él siempre lo reconoció: “La nuestra, la del relator –dijo refiriéndose a su profesión- es una función absoluta, puramente de orden físico. Lo intelectual es mínimo en ese aspecto, es decir que juega una serie de condiciones físicas: garganta, pulmones, golpe de vista. Desde luego, no voy a dejar de reconocer que también hay cierta agilidad de carácter mental y el oficio que existe ahora. Porque uno ya no tiene ni la vista, ni los pulmones de hace 25 o 30 años atrás, ni la agilidad mental, pero entonces, con la cancha, como se dice vulgarmente, se va paliando toda esa situación”.
Por ese desgaste que manifiesta, la concentración de Solé a la hora del relato era absoluta. No quería ser distraído ni interrumpido mientras transmitía. En la época de los relatos de Solé, los comentaristas no opinaban durante el transcurso del partido, lo hacían antes, en el entretiempo y después de finalizado. Además, solo ingresaban a la cabina para realizar el comentario. “¿Para que les iba a dar importancia Solé a los comentaristas si lo que él decía era terminante?”. La reflexión de Raúl Barizzoni( hace un par de años que el popular Cacho se nos fue de este mundo), quien fue el relator suplente de Solé en los últimos años de su vida, hace referencia a la forma de entender la transmisión que tenía Solé, donde él era la figura y todo lo demás complementario.
Jorge Da Silveira fue comentarista en la transmisión de Solé desde 1965 a 1968 y recuerda esa situación: “Él no permitía que le dieran información ni siquiera de otras canchas. Durante el relato, la única persona que participaba era el locutor comercial. Él le hacía un chasquido de dedos a Carlos Cairo (el locutor comercial) y éste le mostraba una planilla con la información que había que dar. Yo no estaba ni adentro de la cabina, estaba en unos banquitos que había adelante”.
Da Silveira recuerda a un Solé muy profesional en los días de transmisión, que llegaba al Estadio Centenario temprano, por lo menos dos horas antes del inicio del partido. También Raúl Barizzoni recuerda que “él se sentaba en la cabina del operador y allí se quedaba tranquilo durante todo el partido preliminar, no se mostraba. Eso sí, cuando relataba no podía volar una mosca, el silencio era enorme porque le molestaba absolutamente todo”.
Observar a Solé relatando era todo un espectáculo. Aseguran que, si bien la atracción estaba en la cancha, ver a Solé era una obra digna de la cartelera de teatros. El esfuerzo físico que desplegaba y la pasión con que relataba lo llevaban a terminar empapado de sudor cada vez que transmitía. “En cuanto la temperatura empieza a apretar, a hacer calor, yo voy con mi short debajo de los pantalones. Me saco toda la ropa en la cabina de transmisión, y bueno, pues, como queda el torso desnudo, pues lo cubro con una toalla absorbente a los efectos de ir secándome la transpiración y también de evitar con ello que se me arruine la ropa diaria, la ropa común que yo uso. Luego, después de la transmisión, y antes de llegar a mi casa para bañarme, me enjuago todo el cuerpo y la cara con la toalla absorbente, me pongo el pantalón, mi camisa sport y me vuelvo a casa. En esa forma trabajo yo, y en 1954, la gente en Suiza me miraba como una cosa insólita, como algo de otro planeta. ¡Un locutor que estuviera ahí con el torso desnudo transmitiendo! Incluso un tipo me sacó una fotografía, y fíjese que curioso, pasa un año y este señor viaja a Buenos Aires, pero el barco en el que viene toca puerto en Montevideo y trae su fotografía, recuerda, busca la dirección de la empresa en la que yo trabajo y viene a saludarme personalmente, a entregarme la foto que me había sacado en determinado partido de fútbol en Berna. Y yo aparezco con todo el torso desnudo”.
Lo dijo Solé
Solé aconsejó a sus empleados no tener nunca amistad con los protagonistas del fútbol. Eso, según él, daba la libertad para criticar sin fijarse a quién. Jorge Da Silveira recuerda que mientras trabajó con Solé, en los primeros años de la década del 60, el consejo siempre estaba presente: “Me decía, y vaya si tenía razón, que no se puede, ni se debe, ser amigo de los jugadores, porque éstos no entienden el verdadero espíritu del periodista, que debe emitir su juicio más allá de la amistad”.
Cada comentario de Solé hacía eco en todo el país. Solía emitir juicios acerca del partido en sí, de los jueces y de los jugadores. Una vez Roberto Sosa (el golero de Nacional) estaba quebrado anímicamente y vino a agradecerle que hubiera hablado bien de él. Solé le respondió: “Mire, yo hablé bien porque usted jugó bien, pero el día que juegue mal voy a hablar mal, así que no tiene nada que agradecerme”.
No admitía los regalos de los dirigentes ni era amigo de los jugadores hasta que se retiraban.
Pero quienes siempre llevaban la peor parte en las opiniones eran los directores técnicos. Solé consideraba que no eran necesarios. “Él entendía que los técnicos no aportaban nada y les decía “los proxenetas” del fútbol”.
A raíz de sus opiniones, Solé fue procesado sin prisión en el año 66. El relator fue invitado al programa Glorias Deportivas en Canal 12 y allí realizó una de sus clásicas y duras críticas a los directores técnicos. El 19 de agosto de 1966 la revista Cine Radio Actualidad le realizó una entrevista y colocó en portada su foto y el título “¡Procesado!”. El relator explicó lo sucedido con la justicia, pero no aclaró cuales fueron las expresiones que motivaron la denuncia de algunos entrenadores y su procesamiento: “Mi opinión sobre los directores técnicos ya se imaginarán ustedes cuál puede haber sido”. El tema pasó al olvido rápidamente porque a los pocos meses la Alta Corte de Justicia concedió el pedido de gracia de los abogados de Solé.
Polémica y dura, la opinión de Solé se fue convirtiendo en palabra sagrada durante décadas para la mayoría de los periodistas, protagonistas y aficionados al deporte más popular del Uruguay. Marcelino Pérez (padre de la periodista Silvia Pérez y ex jugador del Club Nacional de Fútbol, ya fallecido)fue periodista del diario El País y comentarista de Solé en la radio en el año 62, pero antes había sido jugador de fútbol de Nacional y de la selección uruguaya. Su opinión, el día de la muerte de Solé, marca el respeto que había hacia el relator desde el punto de vista de los hombres de la radio, pero también de los jugadores de fútbol: “Carlos Solé fue el pionero de los acontecimientos emocionantes. Su palabra era terminante. Lo dijo Solé y se transformaba en sentencia”.
Durante años, la frase “lo dijo Solé” fue el estribillo de los uruguayos el día lunes. En cada charla de boliche, de oficina, en la parada del ómnibus, en todas las prácticas de los equipos de fútbol. Todos conocían los comentarios de Solé.
Además, la palabra de Solé se convertía en sagrada porque la competencia de sus relatos radiales con la televisión fue prácticamente nula. Recién en los últimos años de su relato (a finales de la década del 60) llegaron las imágenes en directo de algún partido internacional. Antes de esa etapa (desde 1935), cuando el viajaba al exterior, el público discutía y hablaba de los partidos que se jugaban en el extranjero e inclusive en Uruguay, según lo que había opinado Solé. Para Franklin Morales, el relator era en esa época “el de los ojos únicos, el de una percepción sumada, a quien otorgábamos el placer de retenerlo todo en nombre de cada uno de nosotros, los oyentes”. La trascendencia de Solé en ese sentido se vio ampliada por los triunfos del fútbol uruguayo. La gente se había acostumbrado a vivir los triunfos a través de la radio. “Era tan héroe Solé (que había relatado) como lo eran los jugadores que habían ganado”.
La frase de Amadeo Otatti puede sonar exagerada, pero la importancia de Solé y su relato en los tiempos heroicos del fútbol uruguayo lo transformaron en un mito. A pesar de que él siempre lo negaba: “Bueno, yo no creo que don Carlos Solé –dijo refiriéndose a si mismo- sea un mito. Don Carlos Solé es parte de algo que fue y aún sigue siéndolo, algo tan tremendamente popular como lo es el fútbol. Desde luego que la función nuestra, la mía y la de todos los colegas, bueno, se valoriza de acuerdo a la importancia que el fútbol logró desarrollar en los públicos, en las multitudes. Y para ello es necesario obtener triunfos. Supongo yo que lamentablemente, los colegas de otros países, de otras latitudes en las que se ha mantenido su fútbol en un plano secundario, no han tenido la fortuna. Es decir, entonces, que no es un mito Carlos Solé. Es un algo bueno que se ha elevado en el pedestal popular por reflejo de los grandes triunfos del fútbol uruguayo”.
El actor
Solé hizo de cada partido una obra diferente en cartelera. No sólo su forma de relatar era teatral: su relato también tenía un contenido dramático. Solé no inventaba situaciones de juego, ni siquiera ocultaba cuando el partido era malo, pero tenía la virtud de hacer los encuentros atractivos por la emoción que les daba. Lograba que un partido de fútbol aburrido fuera al mismo tiempo una divertida y agradable transmisión radial.
Barret Puig, quien hoy es coordinador y periodista del informativo de Canal 10 y crítico de ópera, fue periodista radial y también, sobre finales de la década del 50, el relator de CX 32 Radio Sur. En esos años recibió un consejo de Solé que no olvida: “Botija, vos sos el dueño del partido, aunque el partido sea aburrido vos tenés que hacerlo entretenido en tu relato”. Años después Barret leyó una de las caricaturas de Julio Suarez, conocido como Peloduro, que le hizo entender por qué Solé era el dueño del espectáculo. En esa caricatura el Pulga estaba en el Estadio con su señora, la Porota, era aquella época sin televisión. Entonces hacen un gol y la Porota le dice al Pulga: “¡Qué lindo gol para haberlo escuchado por Solé!”.
El primer gran “control” que tuvo Solé para su trabajo fue la legada del transistor. Los aparatos de radio se achicaron gracias a la nueva tecnología y la gente comenzó a concurrir con su receptor al fútbol a finales de la década del 50. Con esa audiencia Solé se encontraba limitado. Ahora había gente que, al mismo tiempo que lo escuchaba, observaba el partido. “Entonces los aficionados descubrieron con cierta desazón lo que nunca hubieran deseado saber: Solé se equivocaba. La agarraba Cococho Álvarez y el decía Modernell, cosas así”. A pesar de confirmar que Solé no siempre relataba exactamente lo que sucedía en el campo de juego, el público lo seguía escuchando, igual o más que antes. “Pero decir que Solé se equivocaba era una manera más de equivocarse. El hincha estaba viendo el partido con sus propios ojos, ¿para qué necesita encender un receptor? La respuesta es obvia. Lo que quiere son opiniones, alguien que coincida o disienta con lo que él percibe a primera vista. Y en última instancia lo que quiere son emociones. Un relator es un poeta del gol, y si ese relator es Carlos Solé se proyecta a las cumbres homéricas, a las intrigas shakespeareanas, no sé, a la eclosión del verbo”.
Su pasión por generar un espectáculo radial era tanta, que inclusive llegaba a mentir en algunas transmisiones desde el exterior. Nunca acerca de una incidencia del partido, inventaba situaciones fuera de la cancha. El relator Ruben Casco, que trabajó con él muchos años, recuerda que Solé “era muy teatral, muy histriónico, pudo haber sido un excelente actor de teatro”. En una oportunidad, en un partido de Peñarol en el Estadio de Quito, pidió para relatar desde el campo de juego. Había un hormiguero en el lugar que le asignaron. Solé comenzó a decir al aire que “la marabunta lo estaba devorando”, pero cuentan quienes viajaron con él que eran diez hormigas coloraditas y chicas.
Era en el exterior donde la faceta de Solé se acentuaba más. La gente no tenía la posibilidad de mirar por televisión los partidos y Solé se dedicaba a adornar el espectáculo. Hugo Castillo fue su locutor en Europa en muchas ocasiones entre los años 65 y 70. Hugo vivía en Madrid y por un contacto que realizó su hermano Rubén Castillo, que en ese momento trabajaba en Sarandí, hacía la locución comercial y le arreglaba todos los detalles en los viajes.
En un partido en Inglaterra entre Manchester United y Peñarol, Carlos Solé sacó a relucir toda su capacidad para inventar situaciones. “Estábamos transmitiendo sentados entre el público y en un momento determinado empieza a inventar una agresión entre el público y yo, cosa inexistente y que me agarró totalmente de sorpresa. Entonces me decía que me contuviera, que no me enfrentara a los hinchas ingleses del Manchester porque no conducía a nada. “¡Por favor, ceñíte a tu trabajo, hacé lo tuyo!”, me gritaba”. Cuando empezó el partido Solé hizo una guiñada a Castillo. Después de la transmisión, Castillo le fue a preguntar qué había hecho. “¿Qué hiciste Carlos?”, a lo que Solé le contestó: “Es fundamental, Hugo. Siempre hay que inventar un gancho en un partido”.
Pero ésa no fue la única vez. “Él me decía que el relato de un partido de fútbol tenía que ver con la función de teatro, cada relato es distinto. En ese sentido él buscaba una situación, un hecho, que caracterizara a ese partido y lo diferenciara de los demás”.
Una vida a dos rebenques
Fuera del relato, la pasión y la plenitud para vivir eran similares a las del hombre frente al micrófono. Solé vivió cada día, al igual que cada partido, como si fuera el último. Solía decirle a su hijo que él vivía “a dos rebenques”, expresión que utilizaba como metáfora de su ritmo de vida. Uno de esos rebenques era la bebida. Solé jamás negó su gusto por el alcohol: “Yo soy en ese sentido un incondicional del whisky, y whisky importado, que las única bebida que a mí no me hace daño, tomada desde luego en una dosis, en fin, graduable, no que exagerar tampoco”.
El problema es que Solé, muchas veces, no le hacía caso a su propio consejo. Él mismo contaba las cosas que podían suceder cuando exageraba con la bebida. Un día jugaba Peñarol en San Pablo y Carlos Solé compró caqui, una fruta muy dulce que tiene la forma de un tomate perita. El partido era a la noche y recién terminaban de almorzar cuando Solé decidió utilizarlos. “Yo guardé todos esos proyectiles y luego, después del mediodía, de las copas y del almuerzo… bueno, el estado era un poco eufórico, se había extralimitado uno en la bebida, en la comida y todas esas cosas. Y a mí no se me ocurrió mejora cosa que, por la ventana de mi habitación, empezar a arrojar los caquis como proyectiles contra un grupo de gente que esperaba el ómnibus en la esquina. Hasta que uno se sintió molestado porque el caqui le pegó en el traje y vino a la recepción del hotel a plantear el problema. Llegó a crear una situación incluso de violencia, lo que pasa es que uno, en fin, tiene alguna experiencia como para poder salir de todas esas encrucijadas”.
Así como las contaba Solé, los amigos y compañeros tienen una cantidad de anécdotas. Raúl Barbero recuerda que muchas veces se lo quisieron llevar a relatar a Buenos Aires y Solé no quería ir porque decía que era hogareño. “Yo lo corregía y le decía que era lugareño. Él tenía que tomar una copa en el bar con sus amigos, de repente caía en la radio a las diez de la noche y te invitaba a salir”. Ruben Casco recuerda: “Una de esas noches Solé estaba entonado, porque había tomado unas cuantas, y quiso pasar con el auto por la puerta de la Ciudadela”.
Estas anécdotas no están descubriendo un personaje oculto, ni secretos de uno de los hombres más notables de la radio. Todo era parte de Solé y él mismo se encargaba de contar estas cosas. “Recuerdo una vez que exageré tanto lo del whisky –jugaba Peñarol frente a Olimpia en Paraguay-, pero tanto, tanto, que a la otra mañana se me partía la cabeza. Y le dije al finado doctor Benavides: “Mire, doctor, estoy fundido, estoy filtrado, como dicen los ciclistas”. Y me dijo: “No se preocupe, mi amigo, tome esta pastillita media hora antes del partido y va a ser un tigre”. Y efectivamente, tomé la pastillita y a la media hora volaba en la transmisión”.
A pesar del alcohol y las anécdotas, Solé era una persona sumamente profesional. Eso, sumado a su fuerte carácter, lo llevaba a tener muchas discusiones en los ámbitos de trabajo. No era autoritario pero sí muy exigente, empezando por su persona. A la hora de trabajar era el primero en llegar y el más concentrado. Rubén Castillo, uno de los mejores amigos de Solé, trabajó con él en Sarandí por más de 20 años y recuerda: “Solé era muy pasional. Muy exigente con el trabajo de los otros pero consigo mismo también”.
Quizás cuando más nervioso se ponía Solé era en las transmisiones desde el exterior. Allí viajaba muchas veces solo con el comentarista y tenía que realizar otras tareas, como conectar las líneas de transmisión. “Yo soy una persona sumamente ansiosa, tremendamente responsable, en una transmisión desde el exterior me pongo un poco descontrolado, necesito una persona serena y criteriosa que haga un poco las cosas por mí, sobre todo esa cocina previa a la transmisión. Una vez recuerdo que en Chile, con motivo de no sé que partido de carácter internacional, bueno, yo estaba salido de las casillas. El técnico de la radio no llegaba, estábamos en la hora de la transmisión y creo que comencé a tirar sillas que había en la cabina contra las paredes y un colega chileno se desesperaba por atenderme y él también se ponía totalmente anonadado porque veía que yo estaba fuera de mí”.
Alfredo Testoni trabajó como fotógrafo de periódicos durante casi toda la trayectoria del relator y coincidió muchas veces con Solé en el exterior. Testoni recuerda lo ansioso que estaba Solé en los momentos previos a una transmisión internacional: “Estaba con la tensión del trabajo antes de comenzar las transmisiones. A veces, cuando las cosas no estaban bien, se ponía nervioso. Pero Solé conversaba, influenciaba, presionaba, y conquistaba siempre lo que quería y necesitaba”.
Para Solé, el momento del trabajo era sagrado. Su humor cambiaba y no había lugar para los amigos. Eso corría para él y para los empleados también. Uno de sus locutores comerciales, Juan Carlos Pons, había llegado ebrio en un par de ocasiones y al menor error iba a ser despedido. Un día de partido llegó al Estadio borracho y no tenía excusa hasta que rápidamente se le ocurrió una: “Yo sé que usted es amigo de Barbero y estuvimos festejando: nació la hija de Barbero, muy linda la nena…”. El problema fue que la mujer de Barbero estaba embarazada pero le faltaban algunos días para dar a luz. Solé llamó y felicitó a Barbero, éste le agradeció, pero le aclaró que aún no había nacido la nena. Solé despidió esa misma tarde a su locutor comercial”.
Antes y después de Pons pasaron muchos locutores comerciales por la transmisión de Solé en Sarandí. Arístides Ipatta fue el primero y Carlos Cairo el más recordado, por haber estado más tiempo, ya en el final de la carrera. Las frases “Siga usted, Cairo” o “Adelante, Cairo”, con las que Solé le daba paso al locutor comercial, quedaron para siempre en el recuerdo de los escuchas del relator.
Solé no era un hombre alto, tampoco corpulento. En la época que no había televisión, la gente lo imaginaba con un gran físico por su potencia en la voz. Alberto Kesman recuerda el día que conoció a su ídolo. “Yo nací en la época de la radio, cuando de repente escuchar un locutor tenía detrás toda la imaginación de si era gordo, flaco, chueco, con cara de borracho. La imaginación era lo más importante. Yo escuchaba a Solé y decía: “Este señor debe ser enorme, barrigón”. Y el día que lo conocí estaba barrigón pero era chiquito, bajito, petisito”.
Pero su figura imponía respeto más allá del físico. No en vano tanta gente se refería a él usando el tradicional “don” delante de su nombre. Solé llegaba a la radio y conversaba con sus compañeros o los demás periodistas y empleados de otras secciones. Le gustaba inclinarse levemente hacia atrás, en el respaldo de la silla, abrirse el saco –siempre estaba de traje y chaleco- y colocar sus pulgares debajo de los brazos con las manos hacia arriba, como si le estuvieran lustrando los zapatos. Por cierto, sus zapatos siempre brillaban como recién lustrados.
Su carácter algunas veces generaba temor entre sus compañeros. Según Amadeo Otatti, cuando gritaba “daban ganas de esconderse debajo de las sillas”. Sin embargo, al igual que todos sus compañeros, tienen un muy buen recuerdo de él: “un tipo con un corazón muy noble”. Jorge Da Silveira asegura que conoció al verdadero Solé cuando le tocó viajar al exterior con él. “Detrás de esa cáscara de hombre duro, era un sentimental, un hombre tímido. Era un gran tipo que me respetó demasiado para la diferencia de edad que tenía, yo podía ser su hijo. Y me legó ejemplos fantásticos que he aplicado en toda la vida”. Quien lo conoció exclusivamente en los viajes fue Hugo Castillo. Allí compartieron aviones, hoteles y transmisiones. “Recuerdo a una persona generosa, más bien con ciertos rasgos de timidez, pero muy generoso en todo sentido”.
Inclusive quienes tuvieron problemas o fueron despedidos por Solé lo recuerdan con cariño. El actor de teatro y televisión Eduardo Freda fue su coordinador en Radio Sarandí desde 1966 a 1972. Freda fue despedido por Solé luego de un error de otro compañero, porque Freda era el coordinador y ésa era la forma como Solé entendía la autoridad. “Pagué, por ser el coordinador, el error de otro. Y era un régimen vertical, no era autoritario, pero tenía autoridad y era vertical. Me dolió la separación, no la entendí, pero me dio tantas cosas buenas que… Yo me sentí compañero aquí en Montevideo y en el exterior, y tener a don Carlos de compañero, eso solo ya era mucho e inolvidable”.
Los cambios de compañeros en su equipo de transmisión fueron constantes a lo largo de su carrera. Pasaron muchos comentaristas por su lado. Quizás quien más tiempo estuvo fue Heber Lorenzo, más conocido como H.L., que además estuvo en Maracaná y por eso también es muy recordado.
Antes, en la época de Solé en el SODRE, estuvo Reyes Lerena, que lo acompañó también en los comienzos en Sarandí y fue para Solé el mejor comentarista con el que trabajó, porque “argumentaba con solidez y un vuelco intelectual irrebatible”. Después de Heber Lorenzo, desde finales de la década del 50, Carlos Solé comenzó a tener cambios continuos en su equipo y principalmente en sus comentaristas. En 1960, estaba Sergio Messano, tres años más tarde llegó para comentar Marcelino Perez y al poco tiempo lo suplantó Luis Esteva Ríos, los tres en el transcurso de 5 años. El 7 de julio de 1965 Jorge Da Silveira debutó con Solé en primera división. El Toto (así se lo conoce) comentaba los partidos de reserva en Radio Sarandí desde 1961 y en el momento de llegar a trabajar en primera división tenía sólo 21 años. Da Silveira estuvo como comentarista de Solé en Radio Sarandí hasta 1968. Después llegó Jorge Bazzani, quien acompañó a Solé hasta el final de su carrera, en 1975.
El más escuchado
No existía, en los años de esplendor de Solé (décadas del 40 y del 50), la medición de audiencia, pero todos sabían que Solé era el más escuchado. Cuando se fundó la agencia de publicidad Ímpetu, en 1955, sus dueños salieron a recorrer en auto el interior. Uno de ellos era Raúl Barbero. “Salimos con mi socio a recorrer San José, Florida, Canelones y Montevideo. Empezamos a las diez de la mañana hasta que terminó el partido y Solé tenía casi el 80 por ciento de la audiencia”. Su popularidad llegaba a toda la República. A pesar de que muchas veces Sarandí no se escuchaba claramente más allá del Río Negro, el nombre de Solé tenía eco en todo el país.
En esa década del 50 Solé dominaba absolutamente. Su espectacular transmisión del Mundial en Suiza de 1954, en especial del partido que Uruguay perdió frente a Hungría, marcó uno de los momentos más altos en su carrera. Solé recordaba aquel partido como el mejor encuentro que había visto en su carrera y al mismo tiempo el que le produjo mayor tristeza. La selección celeste empató casi en la hora de finalizar el tiempo reglamentario de 90 minutos, luego de ir perdiendo dos a cero. Después, en alargue, perdió cuatro a dos. El partido era por las semifinales y fue la primera derrota de Uruguay en la historia de los Mundiales.
Solé relató a Uruguay Campeón del Mundo y varias veces Campeón de América. A Peñarol y Nacional en las mismas condiciones. Sin embargo, pocas veces un grito de gol le provocó el llanto: “Lloré en algunas circunstancias. Bueno, fue tan profunda la emoción, fue tan tremendo el shock que recibí, que no pude menos que exteriorizarlo con un llanto, con un ahogo, lo que sí es que tuve que seguir transmitiendo”.
(…) apoya a su compañero de equipo Souto, éste a Santamaría, se corre el back, entrega la pelota a William Martinez, éste ataca en los últimos minutos para apoyar a Souto, Souto a Hohberg, Hohberg le cruza a Ambrois… Ambrois a Schiaffino, se corre, apoyó a Hohberg, va a tirar y tiene el tanto, tiró… Gol… goool… goool… gol uruguayo, gol… gol uruguayo… Hohberg… Hohberg a los 43 minutos. Acá se festeja con al incontenible emoción (se escucha el llanto de Solé). Hohberg a los 43 minutos y se alcanzó el empate… Dos a dos. Hungría y Uruguay… El león vencido sacudió la melena (…)
El escritor Tomás de Mattos tenía cuando ese Mundial siete años de edad. De Mattos recuerda en un cuento suyo cómo vivió aquel partido. La situación familiar que describe es una muestra de lo que la radio y el fútbol significaban para los uruguayos en esos años:
(…) Papá y la abuela siempre coincidieron en que el mejor relator era Solé. Le tenían una confianza bárbara. Solé estaba embroncado contra la FIFA y nuestros dirigentes y dijo cosas que yo no entendí… No le gustaba que Máspoli atajara con guantes y que no jugaran Abbadie ni Miguez. Cuando oí que no solo no jugaba Obdulio, sino que también habían sacado a Miguez, me entré a preocupar. Pero papá, con la mano, me exigió que me callara. No se oía bien: había descargas y Solé hablaba desde muy lejos.
Al primer gol húngaro, tanto la abuela como papá lo asimilaron mejor que el propio Solé, quien ya había anunciado que en cualquier momento “nos caería la noche”. La abuela solo suspiró y dijo: “Nos va a costar bastante más de lo que yo pensaba”.
Mi padre, cumpliendo sus obligaciones de yerno, creyó necesario darle un dato tranquilizador: “Nadie que haga el primer gol gana una final del Campeonato Mundial”.
“Pero esta no es la final”, objeté.
“Es”, decretó.
El segundo gol sacó a mi padre definitivamente de su silla. No se sentó más. Como si siguiera una pelota, comenzó a ir y volver a su antojo por el comedor vacío. A cada instante consultaba el reloj.
Que yo recuerde ni la abuela ni papá festejaron demasiado el primer gol de Hohberg. Tampoco Solé, que lo gritó de golpe, como si la jugada lo hubiera sorprendido.
Como a los dos o tres minutos, cuando casi hacemos otro gol, mi padre gritó como cuatro años atrás: “¡Uruguaaaay! ¡Uruguaaaay! ¡Los tenemos!”.
La abuela empezó a mecerse, hacía rato que se había quedado quietita.
Cuando se venía el segundo gol, había algo raro en la voz de Solé que ya lo festejaba aunque el grito se demoró: o porque Hohberg todavía no había pateado o porque la pelota no había entrado o porque Solé no creía lo que veía o porque le faltaba el aire para lanzar el grito. Papá tuvo tiempo de acercarse a la radio y oír el interminable festejo de don Carlos, a quien se le entrecortaba la voz y hasta gemía, y acompañarlo con su propio grito, agachado sobre la radio, como si se lo estuviera gritando en la cara, con toda la rabia juntada, al propio golero húngaro.
Recién cuando los húngaros ya habían movido y atacaban y tiraron desviado, se acordó de nosotros que seguíamos abrazados con la abuela y nos palmeó la cabeza…
El tercer gol nos heló a todos. Creo que fue un cabezazo. Pero ni la abuela ni papá quisieron rendirse. Yo noté que la voz de Solé había cambiado y pensé que él estaba viendo el partido, no solo oyéndolo como nosotros. Poco a poco empecé a hacerme la idea de que, a lo mejor, los húngaros nos ganaban. Pero me callé la boca. Suerte, porque en el momento que estuve por decir algo parecido para que la abuela o mi padre me lo sacaran de la cabeza, llegó el cuarto gol. Yo no estaba preparado para semejante desgracia (…)
A ese Mundial de 1954 llegaron tres emisoras más: CX10 Radio Ariel con el relato de Duillo De Feo, CX18 Radio Sport con Heber Pinto y CX24 La Voz del Aire con Carlos Lezcano. Pero en el recuerdo popular de ese Mundial quedaron los relatos de Solé.
Sarandí y Solé
La popularidad y predominio de Solé hacen suponer que tenía contratos millonarios. En sus comienzos, al relatar en el SODRE, como era la radio oficial, lo hacía sin publicidad, por lo que en los primeros diez años su sueldo no fue muy elevado. De cualquier manera, la emisora se las había ingeniado para facturar al menos algo de publicidad. A comienzos de la década del 40, Solé utilizó en sus relatos la tabla de la cancha cuadriculada al estilo de Ignacio Domínguez Riera. Allí el SODRE, que en ese entonces ya salía por las ondas CX26 y CX38, les entregaba a los aficionados en la calle una hoja con el esquema de la cancha cuadriculada. Esta lámina se repartía en los comercios en los últimos años de Solé en el SODRE y venía con la publicidad de una casa de venta de ropa deportiva.
La primera suma importante de dinero apareció en Radio Sarandí. En el primer contrato, en 1947, le ofrecieron 24 mil pesos anuales. Eran dos mil pesos al mes por transmitir sábados y domingos. El dólar valía 1,50 pesos uruguayos y en Uruguay había empleos con buenos cargos y profesiones que no ganaban más de 70 pesos por mes. Solé tuvo dudas y fue a consultar a su amigo Barbero. El contrato obligaba a Solé a quedarse dos años en la radio y tenía miedo de que fuera extenso. “Yo no podía creer lo que escuchaba y le dije: Te tenés que quedar a vivir por esa plata en la radio”. Barbero estuvo acertado en su apreciación. Solé se quedó para siempre en Radio Sarandí.
En los primeros años de Solé se solía decir que lo escuchaban más porque su transmisión en la radio oficial no tenía avisos. “Su contratación por CX8 Radio Sarandí en 1946 se transforma en el más rotundo desmentido de ese comentario”. Solé impuso su estilo a pesar de estar en una radio comercial. Ese estilo quedo identificado por siempre con Radio Sarandí.
Jorge Mullins fue propietario y director de la radio desde 1969. Hasta la llegada de Mullins, el relator cobraba en Sarandí un sueldo pero era además propietario de parte del capital accionario de la empresa. “Cuando yo llegué a comprar la radio tuve que hacer un acuerdo con Solé, que tenía un 15% del capital accionario. Le compré esas acciones y él quedó ganando un porcentaje sobre los ingresos de la empresa en venta de publicidad para el fútbol, y dejó de ser accionista de Sarandí. Además, claro, tenía un sueldo”.
Carlos Solé no salía a vender publicidad. No sentía esa inclinación a andar por la calle ofreciendo avisos. En realidad tampoco lo necesitaba. Durante sus mejores momentos, la capacidad de avisos que había para la transmisión estaba saturada todo el tiempo y nuevas firmas comerciales siempre pedían para ingresar. Llegó un momento en el que Solé no dejaba que los avisos pasaran de 20 por transmisión y le exigía un máximo de palabras a cada mención para que no fueran muy largas. El mecanismo de publicidad en el fútbol es el de las menciones, es decir, la repetición de un mismo aviso tres o cuatro veces a lo largo de la transmisión. Solé se desesperaba cuando había mucha publicidad y apuraba a sus locutores comerciales todo el tiempo. “Siempre les decía: “¡Dale! ¡Dale!”. Como que no se quedaran, porque la tanda de avisos estaba rebosante de publicidad”.
Tan fuerte era la presencia de Solé en Sarandí que en 1970 la radio vendió en una semana toda la publicidad del Mundial de México. Su hijo recuerda hoy esa anécdota como muestra de los que su padre significaba: “El Mundial del 70 fue el primero en el que se vendieron las transmisiones con exclusividad. Mullins estaba peleado con los Romay (dueños de Canal 4 y de CX12 Radio Oriental), después de haber sido administrador de ellos. Entonces los Romay le vendían los derechos a todas las radios, menos a Sarandí, y le hicieron saber a mi viejo que el problema no era con él sino con Mullins, porque le habían hecho la cruz. Lo cierto es que hasta faltar una semana mi viejo no sabía si iba al Mundial de México. Todos ya tenían armadas las transmisiones, pero muchas firmas comerciales, cuando les iban a vender, decían que querían esperar a ver si iba Solé. El problema se arregló una semana antes del comienzo del torneo y vendieron toda la publicidad, a pesar de que mi viejo no salió a vender porque jamás vendió un aviso”.
Solé no se hizo millonario. No sólo por su personalidad o su forma de vida. Solé vivió otra época, al igual que los jugadores de fútbol. Los parámetros económicos que se manejaban eran otros. De cualquier manera tuvo, desde la década del 40, un buen pasar gracias al relato de fútbol. Sus ingresos eran varias veces superiores a los del promedio de los uruguayos. Desde 1954 en adelante, Solé recibió infinidad de propuestas para abandonar Sarandí y relatar en otras emisoras de Uruguay, y varias veces fue tentado desde Argentina. A pesar de eso, el ex propietario de la emisora, Jorge Mullins, no firmó nunca contratos con el relator, todo era de palabra. Mullins asegura que nunca temió que Solé abandonara la empresa: “debe haber tenido muchas ofertas, pero nunca se fue. Era un hombre muy bien como para especular sobre ese tema. No lo hubiera hecho jamás”.
Sarandí nació y creció con la figura de Carlos Solé como pilar fundamental de su estructura. Desde el mismo año de su fundación y hasta 1975, Sarandí era asociada con Carlos Solé por el público uruguayo. Además, junto a su amigo Rubén Castillo, Solé fue protagonista de momentos muy especiales en la radio uruguaya. Castillo recuerda: “Juntos creamos “la Nueva Ocho”, una etapa de Sarandí que abarcó toda la década del 60 y se caracterizó por la presencia de mucha gente joven, programas musicales y una parte deportiva memorable al frente de la que estaba Solé”.
La pasión
Solé nació en el Prado. Fue al colegio de los salesianos que estaba en Uruguayaza y Agraciada y era hincha de Bella Vista. Su padre lo era del Lito, un equipo que jugaba con Bella Vista el clásico del barrio. Como todos los relatores, Solé fue acusado de ser hincha de Peñarol y de Nacional, pero lo cierto es que lo único que se le conoce es una cierta simpatía por Bella Vista. El tema le preocupaba. Por eso era terminante en algunos puntos. Cuando su hijo era un niño le pidió una camiseta de Nacional. La respuesta de Solé fue tajante: “El hijo de Solé no puede usar ninguna camiseta”.
Cuando ya era más grande, Carlitos le preguntó a su padre sobre la preferencia por alguno de los dos grandes. “Me contestó que era hincha de Bella Vista. O sea, ni en la intimidad de mi casa, solos él y yo, me lo confió. No puedo decir ahora lo que a mí me pudo parecer porque yo no tengo ninguna seguridad… porque murió sin decirlo”.
Así era Solé. Así entendía el profesionalismo. Lo más importante era la gente y la radio y lo hacía notar cada vez que podía: “El oyente generalmente nos clasifica a nosotros como partidarios de tal o cual institución. ¡No! Cuando nosotros de repente aclamamos un gol o anunciamos un gol con mayor euforia, con mayor emoción, con mayor alegría y fuerza que otro tipo de gol, lo hacemos porque precisamente está confirmando un acierto nuestro. ¿Comprende? Satisfechos y halagados por el acierto de la función, aparecemos en determinado momento como parciales de tal o cual institución y no es así. Fíjese que, por ejemplo, el gol de Rocha, yo lo vi, iluminado en ese momento no sé por qué, lo vi nítidamente antes de que la pelota entrara y que el propio Rocha viera que iba a ser gol, entonces yo lo grito con un entusiasmo probablemente extralimitado. Pero era precisamente porque yo acertaba en algo que se estaba produciendo fracciones de segundos después…”.
(…) Lleva la pelota Abbadie, lento el veterano puntero por bajo en dirección a Joya, Joya bailotea con la pelota, Spencer se fue a la punta, Joya está por dentro bailoteando con la pelota. Da la impresión de estar quebrado River, estupor en los propios riverplatenses. Devuelven la pelota para Cortés, Cortés a Goncalvez, Goncalvez a Cortés, Cortés a Rocha… ¡ahí está! Cabeceó. Gooooool… gooool… gooool de Peñarol. Rocha, Rocha a los cuatro minutos del último chico. Allí estaba, les dije, señores, allí estaba, y este hombre que había tirado tremendos y fulminantes remates en el último cuarto de hora rozando los postes, al venir el centro la cabeceó magníficamente Rocha. Todos se quedaron quietos, se quedó quieto Carrizo, pensó que iba afuera pero allí estaba el gol y se produjo el tanto… Rrrrochaautor, Peñarol cuatro River dos… Vayan preparándose los peñarolenses y los aficionados uruguayos en Montevideo. Está este campeonato ganado, y ganado, si ustedes me permiten la expresión, que no es académica, pero para serles más gráfico, ¡ganado a lo macho!”.
La tristeza
El estilo profesional de Solé, con su pasión, con sus continuas críticas a los protagonistas del fútbol en todos los niveles, le significó una lucha y un desgaste que él admitió en 1962. “La tarea que desempeño es sacrificada. Creo que la jubilación actuaría en mí como un sedante. No, no me siento cansado, pero esto del relato es una función física agotadora. Intelectualmente se concreta un conocimiento que el propio fogueo lo da, lo demás es la visión objetiva de lo que pasa en la cancha y ahí está el detalle. Ser sincera me ha amargado la vida, posiblemente he hecho más enemigos que amigos. En el micrófono las palabras son espontáneas, no se puede filtrar la vehemencia y a veces la sinceridad molesta, hiere. La verdad no gusta siempre. Por eso espiritualmente he obtenido pocas alegrías y satisfacciones”.
A pesar de ese desgaste, era difícil escucharlo refiriéndose al momento preciso de su retiro. Sus compañeros en Sarandí sabían que la fecha podía ser el Mundial del 78 en Argentina. Solé pensó en un principio en retirarse después del Mundial del 74, entonces tenía 57 años de vida y 39 de relato. Pero la insistencia de la emisora y sus dudas lo hicieron seguir.
En esos últimos años, en el comienzo de la década del 70, otros problemas ajenos al fútbol lo perturbaban y lo acercaban al retiro. Según los compañeros y amigos de Solé, éste sufrió mucho por su hijo, que era integrante del Movimiento Nacional Tupamaros y estuvo preso durante la dictadura.
Los tupamaros habían protagonizado un hecho que demostró la importancia que tenía la radio y las transmisiones de fútbol, aún cuando ya existía la televisión. En el año 69 jugaba Nacional una final de la Copa Libertadores de América y el Estadio estaba lleno. Los tupamaros tomaron la Radio Sarandí y pusieron una cinta “sin fin” al aire. Se escuchaba en Sarandí la transmisión de los tupamaros y en la cabina los insultos de Solé. Al poco tiempo, los tupamaros, por intermedio de una carta, le pidieron disculpas a Solé. Le explicaban que lo habían elegido por ser el más escuchado por el pueblo. La radio y las transmisiones de fútbol eran audiencia segura.
El hijo de Solé fue señalado como el artífice de este copamiento, pero siempre lo negó: “Yo no era tupamaro en ese momento, no me había integrado aún”. Hoy Carlos Solé hijo tiene 50 años y recuerda aquellos años que estuvo preso y que marcaron sus vidas para siempre: “Claro, todo eso fue un golpe para mi padre, pero yo no lo hice para golpearlo. Ahora no te puedo dar una idea acabada de lo que él sentía porque yo estaba separado del resto de la sociedad. Ellos no te dejaban escuchar radios, ni leer diarios, nada”.
Pero los problemas personales no eran todo. Ya sobre finales de los 60 el relator había perdido en parte su excelente vista y el comentarista Jorge Bazzani le señalaba con las manos los números de los jugadores que él no individualizaba. Solé se negaba a ponerse lentes por coquetería, manifestaba que un relator no podía usarlos. Sin embargo, al salir al extranjero muchas veces los usaba. Allí, donde ningún compatriota podía observarlo, él se los colocaba para transmitir.
Si bien en Europa muchas veces usaba lentes para relatar, decidió no ponérselos en el Mundial de Alemania, en 1974. Como era costumbre, Bazzani le indicaba con las manos el número de los jugadores. Pero en la final, demostró que, con concentración, no necesitaba de las señas que le hacían. Solé había llegado a su último Mundial con Eduardo Lalo Fernandez, que era el relator de Sport, y la transmisión era conjunta entre Sarandí y Sport. Transmitían 15 minutos de partido cada uno. A Lalo le molestaba que a Solé le hicieran señas porque entendía que no las necesitaba para un buen relato. Pero Lalo no quería decírselo por el respeto que le tenía y por lo bien que Solé lo había tratado. En la mañana de la final, que jugaron Alemania y Holanda, Lalo juntó fuerzas y se lo dijo: “Mire, don Carlos, no se enoje, pero no necesita que le hagan señas. ¿No ve que así va atrás de la jugada, porque se descansa en la seña y queda atrasado?”. Solé lo miró fijo y no les contestó. Llegó la hora del partido y juntos fueron al Estadio: “Antes de comenzar el partido Solé le dijo al que le hacía las señas que no se las hiciera… y transmitió como los dioses”.
Parte del pueblo
Carlos Solé acostumbraba a recitarles un fragmento de un poema a los hombres y niños que cuidan los autos y revenden entradas en las afueras del Estadio Centenario. Siempre le venían a pedir plata, entradas, cigarros… algo, al comienzo y al final de los partidos. Solé no tenía carné de ingreso al Estadio, por lo que siempre llevó alguna entrada de más que les regalaba. A cambio, aprovechaba recitarles, siempre el mismo fragmento de poema:
"Vivir se debe la vida de tal suerte
Que aún se siga vivo después de la muerte".
Solé murió en 1975. Pocos años después, su recitado se hizo realidad. En el barrio Bella Vista, en su barrio, una calle lleva su nombre. En el balneario Parque del Plata, del que nunca quiso irse, una plaza se llama Carlos Solé. Pero sobre todo, repiten su nombre todos y cada uno de los consultados sobre el más grande en la historia de los relatos deportivos. Solé vive en el recuerdo de la gente, porque se sentía parte de la gente: “Yo no puedo dejar de establecer y ocultar que yo soy también parte del pueblo, puesto que yo nací en este pueblo, me crié en la época de los patios emparrados… Es decir que vengo a ser un poco parte… parte de aquel período que señaló una época de auge también para el tango”.
Ese período que señala es recordado por muchos a través de su nombre. En agosto de 1998, Leandro Solé, uno de los nietos de Carlos Solé, se subió al ómnibus para volver del liceo. Un señor que se sentó al lado suyo criticaba la situación actual del país y en determinado momento dijo: “¿Cuándo volverán los tiempos de Carlos Solé?”. Leandro se emocionó sin entender claramente, desde sus 14 años, que significaba esa pregunta.
Aquellos tiempos son, seguramente, los del relato de triunfos heroicos, de momentos únicos con familias alrededor del receptor de la radio. Su figura trasciende claramente a la radio. Solé fue uno de los personajes más importantes del siglo en el Uruguay. Por eso, el pueblo del que Solé se sintió parte lo elevó a la figura de un mito.