Germán y Carlos Haller son de esos hermanos bien
distintos entre sí. La serenidad de uno contrasta
con la inquietud del otro y eso ha pautado dos
vidas muy diferentes. Comparten, sin embargo,
una misma pasión: el básquetbol.
La charla se inicia en un boliche céntrico, muy ruidoso. Carlos se sienta a mi derecha, habla fuerte, gesticula, se muestra extrovertido, ya sé que no voy a tener problemas para grabar sus intervenciones. Germán, en cambio, está sentado frente a su hermano, habla en un tono más bajo, me queda más lejos, tendré que acercarle más el micrófono. Mientras preparo todos los elementos observo a Germán. Recuerdo su mediavuelta, su gancho, aquel Peñarol del ochenta y dos. Mientras tanto sigue llegando gente, el ruido se incrementa.
En ese marco comienzo preguntándoles si son de Mercedes. Germán me confirma que efectivamente son oriundos del Departamento de Soriano. “Ahí nacimos y ahí hicimos nuestras primeras armas a nivel de básquetbol, primero en el Club Praga y después en el club de Remeros”. Ese es el momento en que Carlos hace la primera acotación. “No, fue al revés, primero en Remeros y después en Praga, nos cambiaron por un tema comercial”.
¿Cómo es eso? – pregunto.
C – Claro, nuestro padre trabajó treinta años en la Coca-Cola y el club Remeros de Mercedes vendía esa marca y en esa época se fanatizaba mucho el tema de las marcas. En un momento determinado el club rompió el acuerdo con esa firma y pasó a vender Pepsi, entonces, nuestro padre, nos llevó al club Praga. Ese fue el elemento más importante, más allá de que en el Club Remeros predominaban grandes figuras y no había muchas oportunidades para los jóvenes. En ese momento Germán tenía 15 años y yo 14.
¿Siempre jugaron al básquetbol?
G – Sí, teníamos una estatura importante y eso te inclina. A los 15 años medía dos metros, después crecí tres centímetros más, entonces todos te incitan a hacer ese deporte.
¿No hicieron remo?
G - No, a mí me gustaba el atletismo, hice jabalina, salto alto, eso me gustaba mucho, pero primó el básquetbol. En 1969 Peñarol se interesó por mí, hablaron con mi padre y a los 16 años me vine a jugar a Montevideo. Estuve cuatro años en Peñarol, salimos campeones federales con aquel famoso doble de Bianchi en la hora que le ganamos a Trouville. Y después me contrató Gimnasia y Esgrima de la Plata.
¿En aquel tiempo era difícil ir a jugar al exterior, no?
G – Sí, el mío fue de los primeros pases. Yo jugué cinco años en Gimnasia y también estuvo Carlitos Peinado, que llegó un año después y se vino antes, jugó tres años. Hicimos una campaña muy linda, vivíamos juntos, y ahí salimos campeones Metropolitanos, porque en Argentina se juega a nivel de todo el país. Y el equipo nuestro era muy competitivo, teníamos tres norteamericanos, y de todos los grandes, yo era el más bajo de todos, fijate vos. Estaba uno de los Jackson que medía 2.06, el otro, Larry, medía 2.07, Ernesto “Finito” German, argentino, 2.11, y yo 2.03. Ahí me limitaba a correr, ellos agarraban todos los rebotes y yo estaba para volcarla.
¿Cuándo volviste a Uruguay?
G – Cuando me fue a buscar Colón, en un momento en que estaba en mejor posición. Me pareció una buena oferta y me vine. No se puede decir que en ese momento el básquetbol fuera profesional, pero ya era “algo” profesional.
¿Y en tu caso Carlos, cómo te vinculaste al básquetbol?
C – Por la altura, como decía él (haciendo alusión a Germán), y otros elementos que son más bien pueblerinos, anecdóticos. Es que nosotros éramos unos gurises bastante inquietos, nerviosos. Muchas veces en casa ya no nos aguantaban. Entonces teníamos como vecino al secretario del Club Remeros, el Señor Erro, que nos llevaba de tarde al club, en un cachilo Ford T del año 29, nos encerraba en el gimnasio y nos tiraba una pelota. Yo recuerdo esa imagen. Esa creo que fue una causa para empezar a jugar al básquetbol. Íbamos de mañana a la escuela y de tarde al club, y los fines de semana pasábamos en el club. Y ahí enganchamos. A mí también me gustaba el atletismo, jugué al voleibol, y la trayectoria fue muy parecida, jugamos en Remeros, en Praga, integramos las selecciones de Soriano, tanto en juveniles como en mayores. Ahora el que tiene carrera deportiva es Germán, a mí se me cortó en 1972, si bien retomé después.
¿Jugaste en Peñarol, también?
C – Sí, vinimos juntos y jugamos juntos. En aquel momento parábamos en el Hotel Las Brisas que estaba en la Rambla O'Higgins y Michigan, frente al cine auditorio Malvín. Vinimos ahí porque el responsable era de Mercedes, y tuvimos además la tutela del Sr. Ruben Bulla, técnico de básquetbol (ver nota a Mario Viola), que prácticamente fue nuestro segundo padre. Me acuerdo que tenía un cochecito chico, un Suzuki, vivía en Carrasco y nos pasaba a buscar por Malvín. Eran otras épocas, el papel del Director Técnico iba mucho más allá que encontrarse en la cancha, había una preocupación humana. Él quedó como responsable de nosotros y se encargaba de mandarle a nuestros padres informes de cómo íbamos en el liceo, cómo nos comportábamos. Fue él el que se encargó de inscribirme en el Liceo 15 de Carrasco y a German en el Zorrilla. El primer día de liceo me llevó como un padre.
¿Y jugaste en Peñarol entonces, hasta que momento?
C – Hasta febrero de 1972 en que alternábamos Peñarol y la selección de Soriano, los campeonatos del Litoral, los campeonatos nacionales. Ahí es cuando caigo preso. Después hice básquetbol pero entre cuatro paredes – dice risueño.
¿Dónde estuviste preso?
C - Estuve en el Cuartel de Infantería Nº 5 de Mercedes, en 1975 pasé al Penal de Libertad y ahí estuve diez años. Bueno – recuerda – por un error me liberaron en 1979 y ese año y medio que estuve libre jugué al básquetbol en la Selección de Soriano. Después, en 1980, en el marco de las actividades del plebiscito de ese año, vuelvo a caer y ahí sigo de largo hasta 1985. Después retomé nuevamente con Peñarol por un par de años. Recuerdo que al salir yo no quería que me pagaran para jugar, yo quería asegurarme un trabajo. Un día me dicen que me habían conseguido uno… ¡de administrativo en el Ministerio del Interior! ¿Te das cuenta? Las circunstancias eran otras, no son las de hoy, era urticante salir de la cana y empezar a trabajar en ese Ministerio. No tuve más remedio que arreglar por un salario. Después pude acceder a una jubilación como destituido de la bebida, también pude entrar en la planta de Norteña, pero ese trabajo era incompatible físicamente con el deporte, por eso dejé de jugar muchos años. Ahora sí, hace como seis años que juego en el Maxi Básquetbol, en la categoría más 45 y más 55. Empecé en Trouville, después Albatros, Auriblanco y 25 de Agosto y fui campeón con Larrañaga. Y te digo algo, con cincuenta y pico de años, que te coloquen una medallita, hace que se te caigan los lagrimones.
¿En el Penal podían hacer deporte?
C – Sí, había cuatro canchas, dos de fútbol, una de voleibol y una de básquet. Entonces yo podía jugar una vez por semana, una vez cada quince días. Había muchos jugadores y se armaban. Primero jugábamos entre los del piso, pero después se hacían campeonatos entre los cinco pisos donde se armaban selecciones por cada uno de ellos, con camisetas que los identificaban.: el piso uno con el color negro, el dos con el rojo, el tres azul, el cuarto era verde y el quinto amarillo.
Germán acota que muchas veces él les conseguía las pelotas para que pudieran hacer ese deporte, y Carlos recuerda que cuando cayó preso los jugadores de Peñarol fueron a visitarlo a la Jefatura de Mercedes y le llevan de regalo un banderín del equipo, firmado por todos sus compañeros. Volviendo al penal, Carlos cuenta que “se aprovechaban los campeonatos para timbear”.
¿Cómo era eso?
C - Claro, el personal de las fuerzas armadas apostaban y también influían porque a los mandos intermedios les interesaba que ganara un determinado cuadro. El partido más importante fue entre el primer piso, donde estaba yo, y el segundo donde estaban los considerados “pesados”. Por lo tanto las autoridades no querían que saliera campeón el segundo donde estaba Ricardo “la gata” García. El día del partido, tempranito, lo fueron a buscar para llevarlo al Hospital Militar, y no dejarlo jugar. Así salimos campeones, con ayuda, pero salimos campeones. Son cosas que me dejó esa época.
¿Y a vos Germán, que te dejó el básquetbol?
G - El básquetbol es un medio para conseguir la aspiración de uno. Yo me sentía bien haciendo eso, me sentía importante. Yo podía haber seguido una carrera, o haber sido profesor de dibujo o de pintura, que me gusta, pero opté por el básquetbol.
¿Te reconocen por la calle?
G - Sí, a pesar de estar veterano, la gente me saluda.
Recién mencionaste el dibujo y la pintura, pero me dijeron que tenés otras actividades.
Se ríe y dice: Sí, me gusta la talla en madera, hago pequeñas esculturas, hago arquería… Cuando quiero me voy al parque Rivera o al parque Roosevelt y practico. Antes lo hacía en el club Los Halcones en Malvín.
¿Cómo surge un hobbie tan poco habitual?
G - A mi familia le gustaba cazar, pero con armas de fuego y a mí las armas no me gustaban tanto, entonces me hacía mis propios arcos, las cerbatanas, más tipo indígena. Muchas veces no cazaba nada, pero me divertía, era mi forma de manifestarme. Además fui coleccionista de cactus y crasas. Llegué a tener 400 variedades, más de dos mil plantas. Cuando me mudé tuve que optar y decidí dejar ese pequeño vivero. También soy malacólogo, ¿sabés lo que es eso? Es el coleccionista de moluscos y caracoles marinos. Algunos ejemplares, como trabajo en el Puerto, me los conseguían los pescadores. Yo los clasificaba por familia, grupo, especie y aparecí en una revista italiana y así empecé el canje con España, con los arrecifes de coral…
¿Con un empleo fijo, podés hacerte tiempo para tantas actividades?
G - Ah, se puede sí, porque es una cosa que uno necesita. Te voy a explicar una cosa: yo trabajo en el Puerto, en Biguá y en el Acal Náutico. Pero sobre fin de mes trato de acelerar mi trabajo para tener tres o cuatro días libres. Esos días me voy al parque Rivera o al Roosevelt con ropa vieja y me pongo a tallar en madera, rodeado de pájaros, de la naturaleza. Ese es mi momento y no me lo saca nadie, pero hago todo para tener “ese” momento.
¿Seguís jugando al básquetbol?
G - No, yo tengo desgaste de cadera, como consecuencia de las canchas duras, de las zapatillas que no eran como las de ahora, mucho pivotear del lado izquierdo. Entonces voy al Club Biguá tres veces por semana y hago un poco de bicicleta, pesas y también hidro gimnasia, con eso evito la operación… por ahora.
En toda la charla Germán se ha mostrado pausado, tranquilo, evidenciando una paz interior muy fuerte. Sus intervenciones son medidas y su mirada trasmite calma. Carlos es distinto, habla más fuerte, trata de relatarme todos los detalles, se mueve permanentemente para desesperación de Ana que no logra enfocarlo para fotografiarlo. A pesar de las diferencias, los dos se sienten a gusto relatando sus vidas. Cada uno, a su forma, trasmite el orgullo de ser lo que son.
Así Carlos, a instancias de Germán recuerda que integró la selección juvenil celeste que jugó el campeonato Meira en San Pablo, Brasil. Entonces evoca que en aquel campeonato salieron vicecampeones, integrando ese equipo junto a jugadores como “Mahoma” Wenzel, Enrique Guba, Viña. El técnico en ese momento era Peinado, el padre de “Carlitos”.
Y ahí desgrana dos historias de aquellos tiempos. Dos anécdotas que tiene como co-protagonista a otro jugador de Peñarol, el inefable “Chumbo” Arrestia.
C - En un torneo en Salto, no se si a nivel Nacional o del Litoral, yo jugaba por la selección de Soriano y me tocó marcar al “Chumbo”. Era el año 1979, en ese añito y medio en que me habían soltado. En un momento él agarra la pelota y me la pone debajo del mentón. Cuando me desperté estaba en el hospital. Me quebró una muela y tuve pérdida de conocimiento. Eso ilustra lo que era ese tipo.
Y a continuación me cuenta otra historia que lo pinta tal cual es.
C – Jugaba Peñarol con Waston en la cancha de Atenas. A germán un jugador le mete un dedo en el ojo. A él (por Germán) lo tuvieron que llevaron al Clínicas porque tuvo desprendimiento de retina. Entonces yo pasé a marcar a ese jugador y con la impetuosidad le pegué una patada en la espalda. Me salieron corriendo hasta 18 de Julio. Me escapé porque me tomé un ómnibus hasta Malvín.
El contraste es notorio entre ambos y queda una vez más de manifiesto cuando cuentan que a Germán, en un Sudamericano, le dieron la distinción de Caballero de América, premio otorgado por los jueces.
G - “Yo trataba de hacer el doble y de no reaccionar – aclara - , Carlos era más temperamental. Yo Nunca protestaba los fallos, ¡y mirá que me daban duro, eh!
Hablamos también de la familia. El hijo de Germán que vive en Soriano y de los dos hijos de Carlos. Uno de ellos, Andrés, a los 18 se recibió de juez de básquetbol y con eso se financia los estudios de ciencias económicas.“Federico sigue jugando – cuenta su padre- con algunos tropiezos por consumo de marihuana. Se perdió un Metropolitano y casi toda la liga del último año. Le levantaron la sanción hace poco. En ese período tuvo una lesión, tuvo desprendimiento de tendón de la vaina, tuvieron que operarlo y está en plena recuperación”.
¿Te dolió ese episodio de Federico?
C - No, nosotros le dimos todo el apoyo en la familia, porque además sabemos las circunstancias en las que se dio. Fue en una despedida que fumó marihuana y era cantado que saltara en el antidoping. Pero te digo algo, al americano que también consumió, nunca le hicieron el control, se tomó un taxi y se fue y hasta el día de hoy no se lo hicieron. Pero hay que destacar el gran apoyo que tuvo Federico de parte de Hebraica-Macabi. Pero no comparto la sanción por consumo de marihuana, pienso que en lugar de rescatar al jugador, con esas medidas lo aíslan y lo impulsan a seguir consumiendo.
Germán, a vos te gusta dirigir, ¿verdad?
G – Sí - dice, como dudando. Hace unos años dirigí en un colegio privado porque me gusta dirigir a los chicos, te respetan más. Lo hice durante dos años pero ya no, y no sería técnico de adultos, es muy complicado.
Y vos Carlos, ¿Cómo es que llegás a ser jefe de seguridad del actual Presidente?
C - No, es más una cuestión de compromiso con un compañero con el que nos conocemos hace muchos años y la militancia es toda mi vida, mis compañeros son mi familia. Pero mirá que hice de todo ¿eh? Hoy te hablaba de mi trabajo en Norteña, de ahí me fui a trabajar en Glutina, también fui fletero, fui feriante en Piedras Blancas vendiendo ropa y cachivaches.
Germán, ¿te sorprendió cuando tu hermano cayó preso?
G – No, yo algo sospechaba porque él a veces me decía que iba a cazar y era que se estaba preparando.
C – Éramos muy distintos. Yo estaba tan seguro de que a Germán no le iba a pasar nada que ocultaba cosas mías, de la organización (MLN Tupamaros) en sus cosas. Y los documentos los ponía en una caja fuerte que tenía mi viejo, porque sabía que a ellos dos no los iban a revisar. Los fines de semana mi padre nos daba plata. Germán se compraba discos y yo juntaba para otra cosa, me compré una escopeta 12 milímetros.
También cuentan, entre risas, que su padre, de origen suizo alemán, inspeccionaba los frutales porque Germán, con el arco, jugaba al tiro al blanco con las naranjas. “El viejo era duro como gato lleno de yerba” – ríe Germán. “En cambio la vieja era una fenómena. Yo los consejos se los pedía a ella, las cosas íntimas, las hablaba con ella”.
La despedida fue rápida porque ese día jugaba Uruguay por la Sub-20 y todos queríamos ver a los gurises. Los hermanos se fueron caminando juntos, conversando, tal vez recordando otras anécdotas de esas que aparecen por fuera de la entrevista. Con Ana nos fuimos remando contra el viento que soplaba desde la Rambla por Ejido. Nos quedamos con la misma sensación: de no haber sido por el ruido del boliche, hubiéramos disfrutado aun más de este rato.